CASO 1: Las rabietas.
No, no soy fotógrafa de National Geographic ni me sumerjo en el océano para fotografiar tiburones en estado salvaje. Pero con el profundo respeto y admiración que merecen quienes lo hacen, hay que reconocer que los que decidimos conscientemente permanecer en las 4 paredes de un estudio fotografiando familias, en ocasiones tambien lo tenemos complicado.
Si se pudiera escuchar el sonido del instante en el que tomé las fotos que puedes apreciar en mis galerías, no sería precisamente el de arpas celestiales. Aunque la imagen final exprese lo contrario, la realidad, es que en muchas de las fotografías reinó el caos. Si, lamentablemente la sesión se convirtió en una pesadilla para los padres y fueron el llanto, los gritos y la frustración los que acompañaron la experiencia. Como fotógrafo, ¿que hacer cuando la situación se sale de control?
Tener solo paciencia sería la respuesta fácil, pero se necesita mucho mas que eso. La sicología del fotografiado es compleja e interesante. No soy sicóloga, pero los años de experiencia y mi propia maternidad, me han brindado herramientas para transformar el caos en aparente armonía. Digo aparente, porque en principio, mi responsabilidad se limita a 1/160 de segundo que es lo que dura la cámara en obturar y captar el momento anhelado, pero sé que mis técnicas disuasivas han sido de provecho para algunas madres fuera de las puertas de mi estudio de manera positiva y eso me hace feliz.
Tanto los fotógrafos como los padres, nos hacemos un esquema idealista de lo que queremos lograr el día de la sesión. Soñamos con imágenes que irradien dulzura, ternura, serenidad o también alegría , dinamismo y comunión entre los integrantes de una familia. Pero lamento decir que a veces no es así o por lo menos durante gran parte de la sesión el ambiente resultó tenso y el cliente se va con la frustración de no haberlo logrado. Pero yo sé que los niños pasan fácilmente del llanto a la risa. Usualmente estoy tranquila, se que siempre van a haber imágenes que van a fascinar a los padres y se los hago saber a su salida del estudio para que por lo menos queden con un mínmo de esperanza.
Esencialmente, los seres humanos somos "de librito", cada edad tiene una manera peculiar de reaccionar ante determinadas situaciones. Confinar a un niño de entre 1 y 4 años al espacio que ofrece un estudio no augura una sesión sencilla. Para tener éxito en una sesión fotográfica, sobre todo cuando el fotógrafo no es padre y no ha experimentado el caos en carne propia, es imprescindible tener la precaución de leer un poco sobre tema en la literatura especializada en comportamiento infantil, de lo contrario, solo la paciencia no es suficiente para llevar a buen término una situación descontrolada. Solo ofrecer la paciencia del fotografo puede ser rudo y displicente con el cliente. Un fotógrafo que solo se limita a esperar de brazos cruzados a que los padres resuelvan no es un fotógrafo comprometido y apasionado por su labor, o por lo menos yo en lo personal, siempre he querido ser más que eso y dar mas de mi misma. Confieso que como fotógrafa y ser humano me resulta retador y emocionante entender, accionar y lograr superar los comportamientos incómodos y difíciles en mi estudio.
Que hacer cuando un niño de 2 o 3 años arma una rabieta, si, una de esas en la que se tira al suelo a llorar y gritar sin control.
Una vez que la familia llega a mi estudio, generalmente estresada por lo que implica organizar la sesión, nos sentamos a conversar un poco antes de empezar para relajar los ánimos. Lo primero que hago es advertirle a los padres que el caos es una posibilidad, que es normal y frecuente que un niño de entre 1 y 4 años se niegue a colaborar y ocurran rabietas en el peor de los casos. Les pido que pase lo que pase, el momento de la sesión no es momento de educar sino de resolver la situación de la mejor manera para lograr nuestro objetivo que es hacer una buena foto. En estos casos, el fin justifica los medios. Les pido a los padres que no hace falta demostrarme que "su hijo no es así", que su incomodidad y hasta el sentir vergüenza por la situación caótica es normal, pero que prefiero que se relajen, respiren y se abstraigan de los llantos y gritos, que en ninguno de los casos mi intención es juzgar ni su capacidad para criar hijos, ni el comportamiento de de su hijo como tal. Reprender al niño con gritos, amenazarlo y hasta darle palmadas es lo peor que puede suceder, es lo peor que ME puede suceder. Solo unas pocas veces en 30 años he tenido que dar por terminada la sesión antes de comenzar.
Un niño con rabieta me ha sucedido en muchas ocasiones, pero esta que relato a continuación fue digna de medalla, tanto para los padres que atendieron mis instrucciones, como para mi como fotógrafa que a pesar de la dificultad logré la imagen deseada.
Se trató de una familia de 5 integrantes: padre, madre, dos niños de 7 y 8 años y un tercero de 3.
El niño de tres años llegó inquieto al estudio, pero de repente, la inquietud mutó en un llanto descontrolado. Cuanto mas le pedíamos que se integrara mas furioso se ponía. Se tiró al suelo dando patadas y manotazos a cualquiera que se le quería acercar, no escuchaba ningún argumento porque simplemente estaba fuera de sí y cuando eso pasa, la sicología debe entrar en acción. Evidentemente la sesión se interrumpió. Lejos de suspender, les pedí dejarlo tranquilo a que drenara su rabia en el rincón que él mismo había elegido y continuáramos sin él. Resultó fuerte e incómodo para todos, ignorarlo nos costó un mundo, pero respiramos y seguimos. Pasó menos de 10 minutos de llanto ensordecedor, pero poco a poco el llanto fue mermando. Ahora tenía que convencerlo de lo mas difícil, integrarlo al grupo y fotografiarlo sonriendo tal y como soñaba su madre al contratar la sesión. Para ello, me acosté a su lado, necesitaba estar a su altura para lograr la conexión. Me quedé callada un rato, aceptó mi cercanía. Luego comencé a hablarle suave invitándolo a que se sentara, lo hizo. Lo abracé mostrándole empatía y le ofrecí agua. Aceptó. Mientras tanto la familia seguía callada y paralizada sin intervenir en la posición en la que los había dejado en el set. En ese momento comenzó la fase 2, pedirle con serenidad y con una de mis grandes sonrisas, que se quedara sentado como observador, apartado, mientras yo fotografiaba a sus hermanos (la infalible técnica de lo opuesto), bastó que lo pretendiera dejar fuera del "juego" para que saliera corriendo a los brazos de mamá. Lo mas difícil había pasado. Luego, una dosis de "te voy a hacer cosquillas" y otras payasadas completaron mi cometido. De ahí en adelante fue todo risas y disparos como si nada hubiese pasado. Mi cámara estaba contenta, la familia y yo, mucho más.
Como aprendizaje, debe quedar que con paciencia, respeto, empatía y un poco sicología aplicada es posible resolver cualquier caso complicado.
Y si, creo es mucho mas productivo fotografiar niños entre 1 y 4 años al aire libre pero hay ocasiones que las circunstancias no lo permiten.
PD: mi referencia a los tiburones viene de un documental que vi en estos días en el que un grupo de expertos fotógrafos, luego de años aproximándose a tiburones tigres en las Bahamas, descubrieron que a estos míticos y temibles depredadores les encantaba ser acariciados cual perritos consentidos. Netflix, serie La luz de las historias.
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