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YO BIEN,¿Y TÚ? Crónicas fotográficas en tiempos de pandemia.

Actualizado: 6 abr 2020


Aquí estoy en encierro obligado como todos. Vivo en Asturias, España. Sólo se me permite salir a comprar comida. Mi conciencia es estricta y apenas he salido un par de veces en 19 días. No tengo idea de cómo ocupa el día la gente. Supongo que los quehaceres propios del hogar llenan una parte importante del tiempo, sobre todo el de las obsesivas compulsivas de la limpieza, a decir de mis vecinas que agitan sus trapos (bayetas) incesantemente por fuera de las ventanas día tras día para sacudir hasta el más aburrido de los polvos. Imposible no verlas. Es que les explico: la vista de mi ventana aquí en España es una masa compacta de edificios, de los que veo la fachada trasera, es decir, me toca admirar las bragas de la vecina y no esos hermosos balcones llenos de flores que aparecen en las típicas postales Sevillanas, tampoco disfruto de nada parecido a la privilegiada vista de la que gocé por tantos años en mi amada Caracas, Venezuela. Pero no entremos en detalles, nada de que quejarme. Lo que me ocupa en este momento, en plena pandemia, no es la azotea del frente sino la que reposa sobre mis hombros en forma de cabeza.

Ser fotógrafa es todo un tema sobre todo si la portadora de la cámara soy yo. Armemos esta ecuación: no me quedo quieta, mi mente circula por el canal rápido, mi sentido del ridículo siempre ha sido mínimo lo que me lleva a auto retratarme sin vergüenza alguna a falta de modelo como es el caso y si a eso le sumamos un sentido del humor fácil y básico pues entonces la imagen está servida. Mi hija adolescente, con la que comparto encierro me mira incrédula viendo puestas en escena cada vez más absurdas e invariablemente me voltea los ojos implorando haber tenido una mamá más normal, una que por ejemplo se encargara de sellar pasaportes en una oficina estatal. Pero no, no fue el caso y lamentablemente sufre de pena ajena, sobre todo con mis desnudos pudorosos. No puedo hacer nada por ella.

Luego de los días iniciales en los que ocupé mi tiempo dejando el baño implacablemente limpio, leyendo mi libro de turno, tomando precarios baños de sol, intentando de manera torpe iniciarme en el dibujo con acuarelas, viendo películas en mi recién estrenado sofá incluyendo cotufas (palomitas), cocinando como el abominable Gordon Ramsay y comiendo como si se tratara de La última cena (nótese: cero ejercicio), decidí colocar de lado la escoba y el bloqueador solar para proponerme registrar una crónica fotográfica de mis actividades y reflexiones en confinamiento, porque está de más decir que la fotografía es lo que me hace mover el trasero, al carajo las acuarelas!

La vista a través de mi ventana ha tenido una importancia particularmente especial en mi vida. Una de las actividades de mayor placer siempre ha sido tomar mi primer café de la mañana sentada al lado la ventana (a falta de balcón), no importa dónde esté, ese es mi ritual matutino imprescindible. Entonces no es de extrañar que ahora cuando me sobra el tiempo haya decidido que mi ventana tenía que protagonizar la serie fotográfica. La ventana, un aburrido banco blanco de Ikea, mi figura desaliñada y lo más importante: lo primero que me pasa por la mente; lo que me ocupa, lo que siento y pienso como forma de exorcizar este encierro que pone a prueba toda mi paciencia y cordura.

Por varios días consecutivos me dejé llevar por mi fluctuante estado ánimo y por alguna razón que no puedo explicar con claridad, cada mañana venía a mi cabeza una imagen que debía estructurar sólo con los recursos a mi alcance inmediato y la cámara que dejé estacionada en una sola posición entorpeciendo la entrada de mi habitación por varios días. La luz y la hora del día dictó el momento de su ejecución para darle personalidad a cada foto. Aún cuando inicié la serie sin pretensiones digitales, debo confesar que photoshop fue doblegando mi purismo. Y es que en una situación tan surrealista como la que estamos viviendo nada mejor que dejar volar la imaginación, para ello está Adobe. ¿Por qué Caracas, Magritte, Van Gogh, o la sensación de opresión, desvarío, muerte y resurrección en ese orden? pues no lo sé. A decir verdad, ver a través de mi ventana siempre ha sido un ejercicio de observarme a mi misma, porque durante la contemplación y a pesar de los esfuerzos, mis pensamientos inquietos siempre han saboteado cualquier intento de meditación.

Que sirva toda esta locura para compartir las risas que me produjo la insensatez de crear estas imágenes yendo y viniendo mil veces de disparar la cámara al posado en el banco en sólo 10 segundos. En estos tiempos estamos necesitados de una buena dosis de humor para soportar tanta tristeza e incertidumbre.




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